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“Pude olvidar el rostro del ahogado. Me llevó tiempo, noches de fiebre, de temblores, el grito que traía a mi madre de los pelos, trepando la escalera para que volviera a dormirme solo si su mano estaba entre las mías. Pude olvidar su rostro. El cuerpo retorcido, el blanco de la carne y cierta claridad en cada cosa que solo he vuelto a ver en las madrugadas, evocando sueños frescos, me vienen acompañando desde entonces. En el camino de ida solo recuerdo pájaros...”