par
Mi última noche como contrabandista también fue, por flojera, inconsciencia o destino, la primera. Ese sueño había crecido conmigo, roído hasta los huesos desde mis pensamientos más profundos. La chalana se deslizaba perezosa sobre el río con su panza desbordada de miedos. Atado a la popa, el barril de la peor aguardiente brasilera, parecía seguirla silencioso, acollarado por sus cien litros de locura aguas abajo. Sentado sobre la proa, escondido al fondo de mi oscuro saco de bandido, la gorra de lana negra tapándome las orejas, sentí el golpe frío de la noche sin luna partiéndome los ojos, y estuve pronto a navegar rumbo a lo desconocido, a ese lugar nuevo donde la vida tiene toda la piel, en el primer viaje verdadero de mi pobre existencia.